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La frase de la imagen NO pertenece a Mario Benedetti . Cada ciudad puede ser otra cuando el amor la transfigura cada ciudad puede ser tantas como amorosos la recorren el amor pasa por los parques casi sin verlos amándolos entre la fiesta de los pájaros y la homilía de los pinos cada ciudad puede ser otra cuando el amor pinta los muros y de los rostros que atardecen unos es el rostro del amor y el amor viene y va y regresa y la ciudad es el testigo de sus abrazos y crepúsculos de sus bonanzas y aguaceros y si el amor se va y no vuelve la ciudad carga con su otoño ya que le quedan sólo el duelo y las estatuas del amor. Mario Benedetti - El amor, las mujeres y la vida .
La frase de la imagen NO pertenece a Mario Benedetti . El cielo de veras que no es éste de ahora el cielo de cuando me jubile durará todo el día todo el día caerá como lluvia de sol sobre mi calva. Yo estaré un poco sordo para escuchar los árboles pero de todos modos recordaré que existen tal vez un poco viejo para andar en la arena pero el mar todavía me pondrá melancólico estaré sin memoria y sin dinero con el tiempo en mis brazos como un recién nacido y llorará conmigo y lloraré con él estaré solitario como una ostra pero podré hablar de mis fieles amigos que como siempre contarán desde Europa sus cada vez más tímidos contrabandos y becas. Claro estaré en la orilla del mundo contemplando desfiles para niños y pensionistas aviones eclipses y regatas y me pondré sombrero para mirar la luna nadie pedirá informes ni balances ni cifras y sólo tendré horario para morirme pero el cielo de veras que no es éste de ahora ese cielo de cuando m
La frase de la imagen NO pertenece a Mario Benedetti . Durante varios años, Verónica me había escrito una carta mensual. No diré que yo las olvidara, pero tal vez se hubieran quedado escondidas en el tedio del pasado de no sobrevenir la obligación de mi mudanza. Estuve tres días vaciando roperos y armarios y de uno de éstos se desprendió una maleta que no tenía candado y en consecuencia se abrió al tocar el suelo. Y allí estaba el atado con las cartas que Verónica mandaba regularmente a mi casilla de correo. Quizá yo estaba cansado con tanta calistenia de traslado, pero al mismo tiempo me picó la curiosidad y me vinieron ganas de releer aquellas cartas de ayer y de anteayer. Aquí transcribo algunas: Hola Martín: Aquí estoy en la terraza, sola, frente a la costa. No hay viento, el mar está quieto. Una confesión: la soledad ha dejado de herirme. Mejor aún: me permite revisar, casi diría descifrar, mi pasado sin gracia. En un platillo de la balanza colo