Truman Capote - Desayuno en Tiffany's*
-Supongo que sí -dijo, y su rostro, al que la luz de la mañana daba
un aspecto macilento, castigado, se iluminó; se alisó el despeinado
cabello, y sus variados colores brillaron como en un anuncio de champú-.
Seguro que tengo un aspecto terrible. Pero lo mismo le hubiese ocurrido
a cualquiera. Nos hemos pasado el resto de la noche caminando de un
lado para otro en una estación de autobuses. Hasta el último minuto, Doc
estaba convencido de que me iría con él. A pesar de que yo le estaba
repitiendo todo el rato: Pero Doc, ya no tengo catorce años, y no soy
Lulamae. Pero lo más terrible, y lo comprendí mientras estábamos
esperando allí, es que lo soy. Todavía ando robando huevos de pava y
corriendo entre zarzales. Con la diferencia de que ahora lo llamo tener
la malea.
Joe Bell dejó desdeñosamente los nuevos martinis delantede nosotros.
-No
se enamore nunca de ninguna criatura salvaje, Mr. Bell -le aconsejó
Holly-. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a su casa
seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo
con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los
seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta
que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque. O
subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al
cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura
salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo.
-Está borracha -me informó Joe Bell.
-Un
poco -confesó Holly-. Pero Doc me entiende. Se lo he explicado con todo
detalle, y eran cosas que podía entender. Nos hemos dado la mano, nos
hemos abrazado, y me ha deseado buena suerte. -Echó una mirada al
reloj-. A esta hora ya debe de estar en los Montes Azules.
-¿De qué habla? - me preguntó Joe Bell.
Holly alzó su martini:
-Deseémosle
suerte a Doc -dijo, haciendo chocar su copa contra la mía-. Buena
suerte, y créeme, queridísimo Doc, es mejor quedarse mirando al cielo
que vivir allí arriba. Es un sitio tremendamente vacío. No es más que el
país por donde corre el trueno y todo desaparece.
Truman Capote - Desayuno en Tiffany's (*fragmento).
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Esta frase pertenece al poema "Mariposa de Medianoche" de Nazareno Saudade. |
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