La Virgen de Guadalupe - Eduardo Galeano
Esa luz, ¿sube de la tierra o baja del
cielo? ¿Es luciérnaga o lucero? La luz no quiere irse del cerro de
Tepeyac y en plena noche persiste y fulgura en las piedras y se enreda
en las ramas. Alucinado, iluminado, la vio Juan Diego, indio desnudo: la
luz de luces se abrió para él, se rompió en jirones dorados y rojizos y
en el centro del resplandor apareció la más lucida y luminosa de las
mujeres mexicanas. Estaba vestida de luz la que en lengua náhuatl le
dijo: «Yo soy la madre de Dios.»
El obispo Zumárraga escucha y desconfía.
El obispo es el protector oficial de los indios, designado por el
emperador, y también el guardián del hierro que marca en la cara de los
indios el nombre de sus dueños. Él arrojó a la hoguera los códices
aztecas, papeles pintados por la mano del Demonio, y aniquiló quinientos
templos y veinte mil ídolos. Bien sabe el obispo Zumárraga que en lo
alto del cerro de Tepeyac tenía su santuario la diosa de la tierra,
Tonantzin, y que allí marchaban los indios en peregrinación a rendir
culto a nuestra madre, como llamaban a esa mujer vestida de serpientes y
corazones y manos.
El obispo desconfía y decide que el
indio Juan Diego ha visto a la Virgen de Guadalupe. La Virgen nacida en
Extremadura, morena por los soles de España, se ha venido al valle de
los aztecas para ser la madre de los vencidos.