Eduardo Galeano - Las trampas del tiempo
Sentada de cuclillas en la cama, ella lo
miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies,
como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
–Lo único que te cambiaría es el domicilio.
Y desde entonces vivieron juntos, fueron
juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y
cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era.
Como era cualquiera de las que ella era,
cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenia la
asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.