¿Queremos ser como ellos? - Eduardo Galeano
Los mejores artículos y relatos del libro "Ser como ellos y otros artículos" de Eduardo Galeano. |
En un hormiguero bien organizado, las hormigas reinas son pocas y las hormigas obreras, muchísimas. Las reinas nacen con alas y pueden hacer el amor. Las obreras, que no vuelan ni aman, trabajan para las reinas. Las hormigas policías vigilan a las obreras y también vigilan a las reinas.
La vida es algo que ocurre mientras uno
está ocupado haciendo otras cosas, decía John Lennon. En nuestra época,
signada por la confusión de los medios y los fines, no se trabaja para
vivir: se vive para trabajar. Unos trabajan cada vez más porque
necesitan más que lo que consumen; y otros trabajan cada vez más para
seguir consumiendo más que lo que necesitan.
Parece normal que la jornada de trabajo
de ocho horas pertenezca, en América Latina, a los dominios del arte
abstracto. El doble empleo, que las estadísticas oficiales rara vez
confiesan, es la realidad de muchísima gente que no tiene otra manera de
esquivar el hambre. Pero, ¿parece normal que el hombre trabaje como
hormiga en las cumbres del desarrollo? ¿La riqueza conduce a la
libertad, o multiplica el miedo a la libertad?
Ser es tener, dice el sistema. Y la
trampa consiste en que quien más tiene, más quiere, y en resumidas
cuentas las personas terminan perteneciendo a las cosas y trabajando a
sus órdenes. El modelo de vida de la sociedad de consumo, que hoy día se
impone como modelo único en escala universal, convierte al tiempo en un
recurso económico, cada vez más escaso y más caro: el tiempo se vende,
se alquila, se invierte. Pero, ¿quién es el dueño del tiempo? El
automóvil, el televisor, el video, la computadora personal, el teléfono
celular y demás contraseñas de la felicidad, máquinas nacidas para ganar
tiempo o para pasar el tiempo, se apoderan del tiempo. El automóvil,
pongamos por caso, no sólo dispone del espacio urbano: también dispone
del tiempo humano. En teoría, el automóvil sirve para economizar tiempo,
pero en la práctica lo devora. Buena parte del tiempo de trabajo se
destina al pago del transporte al trabajo, que por lo demás resulta cada
vez más tragón de tiempo a causa de los embotellamientos del tránsito
en las babilonias modernas.
No se necesita ser sabio en economía.
Basta el sentido común para suponer que el progreso tecnológico, al
multiplicar la productividad, disminuye el tiempo de trabajo. El sentido
común no ha previsto, sin embargo, el pánico al tiempo libre, ni las
trampas del consumo, ni el poder manipulador de la publicidad. En las
ciudades del Japón se trabaja 47 horas semanales desde hace veinte años.
Mientras tanto, en Europa, el tiempo de trabajo se ha reducido, pero
muy lentamente, a un ritmo que nada tiene que ver con el acelerado
desarrollo de la productividad. En las fábricas automatizadas hay diez
obreros donde antes había mil; pero el progreso tecnológico genera
desocupación en vez de ampliar los espacios de libertad. La libertad de
perder el tiempo: la sociedad de consumo no autoriza semejante
desperdicio. Hasta las vacaciones, organizadas por las grandes empresas
que industrializan el turismo de masas, se han convertido en una
ocupación agotadora. Matar el tiempo: los balnearios modernos reproducen
el vértigo de la vida cotidiana en los hormigueros urbanos.
Según dicen los antropólogos, nuestros
ancestros del Paleolítico no trabajaban más de veinte horas por semana.
Según dicen los diarios, nuestros contemporáneos de Suiza votaron, a
fines de 1988, un plebiscito que proponía reducir la jornada de trabajo a
cuarenta horas semanales: reducir la jornada, sin reducir los salarios.
Y los suizos votaron en contra.
Las hormigas se comunican tocándose las
antenas. Las antenas de la televisión comunican con los centros de poder
del mundo contemporáneo. La pantalla chica nos ofrece el afán de
propiedad, el frenesí del consumo, la excitación de la competencia y la
ansiedad del éxito, como Colón ofrecía chucherías a los indios. Exitosas
mercancías. La publicidad no nos cuenta, en cambio, que los Estados
Unidos consumen actualmente, según la Organización Mundial de la Salud,
casi la mitad del total de drogas tranquilizantes que se venden en el
planeta. En los últimos veinte años, la jornada de trabajo aumentó en
los Estados Unidos. En ese período, se duplicó la cantidad de enfermos
de stress.