Eduardo Galeano - Crónica del perseguido y la dama de noche


Los mejores relatos y frases del libro
"Días y noches de amor y de guerra"
de Eduardo Galeano.


 

 

 Se conocen, de madrugada, en un bar de lujo. A la mañana, él despierta en la cama de ella. Ella calienta café; lo beben de la misma taza. Él descubre que ella se come las uñas y que tiene lindas manos de gurisa chica. No se dicen nada. Mientras se viste, él busca palabras para explicarle que no le podrá pagar. Sin mirarlo, ella dice, como quien no quiere la cosa:


 -No sé ni cómo te llamas. Pero si querés quedarte, quédate. La casa no es fea.

 Y se queda.

 Ella no hace preguntas. Él tampoco.

 Por las noches, ella se va a trabajar. Él sale poco o nada.

 Pasan los meses.

 Una madrugada, ella encuentra la cama vacía. Sobre la almohada, una carta que dice:

 Quisiera llevarme una mano tuya. Te robo un guante. Perdóname. Te digo chau y mil gracias por todo.

 Él atraviesa el río con documentos falsos. A los pocos días, cae preso en Buenos Aires. Cae por una boba casualidad. Lo venían buscando desde hacía un año.

 Él coronel lo insulta y lo golpea. Lo alza por las solapas:

 -Nos vas a decir dónde estuviste. Vas a decirnos todo.

 Él contesta que vivió con una mujer en Montevideo. El coronel no cree. Él muestra la fotografía: ella sentada en la cama, desnuda, con las manos en la nuca, el largo pelo negro resbalando sobre los pechos.

 -Con esta mujer -dice-. En Montevideo.

 El coronel le arranca la fotografía de la mano y de pronto hierve de furia, pega un puñetazo en la mesa, grita, la puta madre que la parió, traidora hija de puta, me la va a pagar, desgraciada, ésta si que me la va a pagar.

 Y entonces él se da cuenta. La casa de ella había sido una trampa, montada para cazar a tipos como él. Y recuerda lo que ella le había dicho, un mediodía, después del amor:

 -¿Sabes una cosa? Yo nunca sentí, con nadie, esta... esta, alegría de los músculos.

 Y por primera vez entiende lo que ella había agregado, con una rara sombra en los ojos:

-Alguna vez tenía que pasarme, ¿no? -había dicho-. Joderse. Yo sé perder.

 (Esto sucedió en el año 56 o 57, cuando los argentinos acosados por la dictadura cruzaban el río y se escondían en Montevideo.)


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