Mario Benedetti - Lunes 12 de agosto
La frase de la imagen NO pertenece a Mario Benedetti. |
Ayer de tarde estábamos sentados
junto a la mesa. No hacíamos nada, ni siquiera hablábamos. Yo tenía
apoyada mi mano sobre un cenicero sin ceniza. Estábamos tristes: eso era
lo que estábamos, tristes. Pero era una tristeza dulce, casi una paz.
Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos
palabras. Dijo "Te quiero." Entonces me di cuenta que era la primera vez
que me lo decía, más aún; que era la primera vez que lo decía a
alguien. Isabel me lo hubiera repetido veinte veces por noche. Para
Isabel, repetirlo era como otro beso, era un simple resorte del juego
amoroso. Avellaneda en cambio, lo había dicho una vez, la necesaria.
Quizá ya no precise decirlo más, porque no es un juego: es una esencia.
Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que
no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero era casi
asfixiante, insoportable. Ahí en el pecho, cerca de la garganta, ahí
debe estar el alma, hecha un ovillo. "Hasta ahora no te lo había dicho" ,
murmuró, "no porque no te quisiera, sino porque ignoraba porque te
quería. Ahora lo sé". Pude respirar, me pareció que la bocanada de aire
llegaba desde mi estómago. Siempre puedo respirar cuando alguien explica
las cosas. El deleite frente al misterio, el goce frente a lo
inesperado, son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan.
Menos mal que alguien explica siempre las cosas. "Ahora lo sé. No te
quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras, ni por tus
intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera". Nadie me
había dedicado jamás un juicio tan conmovedor, tan sencillo, tan
vivificante. Quiero creer que es cierto, quiero creer que estoy hecho de
buena madera. Quizá ese momento haya sido excepcional, pero de todos
modos me sentí vivir. Esa opresión en el pecho significa vivir.