Carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik
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Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre
tanto estés ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales,
aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de
auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de
todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no
te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date
cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la
confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la
muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es
también vos, lo sé, pero no es todo y demás no es lo mejor de vos. Salir
por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí
mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te
leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista
frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan
otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial,
queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con
esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine
japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio
de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el
slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a
cada chicotazo.