H. Zumbado - El tipo que creía en el sol
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y todo a                              media luz
a media luz los dos
a media luz los besos
a media luz de amor
 El  tipo era de                 
         ese tipo de gente. Aunque no se  sabía bien la letra, y        
                  las cambiaba todas, era  de esa gente que creía en los
                          tangos. Y un tipo  que cree en los tangos es 
un tipo con                          el que  hay que tener cuidado.
Este Gardel cotidiano que a veces se desdoblaba
en Bartolomé                              Masó
en Toña la de Veracruz
en el increíble Mozart
en uno de los Beatles
(o en los cuatro a la vez)
en Rimsky Korsakov
en Méndez,José Antonio
o en Peza, Juan de Dios
 ―este                           
Gardel cotidiano, tenía tremenda fe en el  dado. Era de                 
         esa gente. Que creía. Creía en las  posibilidades, aunque      
                    estuvieran encaramadas  en el lomo de Rocinante. Era
 de                          esa gente. De  ese tipo de gente que si su 
equipo tenía                          tres  carreras abajo, el noveno 
inning, nadie en base con                           dos outs, 
oscureciendo y empezando a llover, decía:
―Ahora, tú verás cómo empatamos.
 Y bueno, con un tipo así no se puede, con un tipo así                          todo es posible.
 Por  eso un día ¡se le ocurrió 
enlatar el Sol! No sabía                           cómo hacerlo. Pero 
sabia, intuía, presentía, creía que                           se podría 
hacer. Y eso era suficiente. ¡Qué vacilón!
 ¡Enlatar el Sol! Meterlo en laticas. Y ponerle una                          etiqueta:
Tropical                              sunshine.
Genuine.
Abra por la línea de puntos.
250 gramos de cálido sol tropical.
Tibio y sensual.
Radiante y juguetón.
No guardar en lugar fresco.
 ¡Qué                           
vacilón! Coger todo el Sol que sobre. El de la  acera del               
           Sol, por donde nadie camina. El de  las doce del día, que    
                      hace arder la  guardarraya. O el que cae 
pesadamente en                          los  tramos de la costa, 
calentando el diente perro. Todo                           ese Sol. Y 
mandarlo para allá afuera. A Europa. En                           
invierno. Que es cuando el sol se pierde y no hay quien                 
          se empate con él.
 ¡Excelente renglón de exportación! ¡Qué vacilón!
 Y  con su latica bajo el brazo 
salió a vender su idea. A                           persuadir. A 
convencer. A trasmitir con el brillo de los                           
ojos la posibilidad de lo posible.
 Pero por cosas del azar no dio con los receptivos.
Esos
que cuando escarban la tierra con los dedos
ni piensan en la higiene de las uñas
solamente en la semilla
esos
que si tienen que ir a pie hasta Santiago
se llevan una buena tumbadora
Dio con los otros.
esos
que están hechos de suave plastilina
y se amoldan a cualquier orientación
sobre todo cuando es del inmediato superior
que prefieren la orillita de la playa
y se pierden el azul que hay en lo hondo
esa gente que camina despacito por la vida
y prefiere tocar bola
a arriesgar un hit-and-run
que ven fantasmas en la noche de trasluz
y se detiene a mirar las ramas muertas del rosal
esos que sólo ven el arcoiris
cuando llueve
nada más
 Se  puso                        
  fatal. Con esa gente, casualmente, se  empató. Con los                
          precavidos. Los comprimidos.  Los monocromáticos y            
              calculosos. Los  plastilínicos y siempre dudosos.
 Y, claro, le dijeron ne,  
niente, never. A otra cosa                          mariposa. Primero le
  analizaron la idea. Mmm… ¿Enlatar                          el Sol? La 
 calcularon. La estudiaron. La batieron. La                           
exprimieron y la plancharon.
 
 Y lo que es peor, trataron de  
convencerlo. De                          persuadirlo. De frenarlo. De  
calmarlo. De clavarle los                          pies sobre la tierra.
  Y echarle cal. Y arena. Y piedras.                          A ver si  
estaba quieto. Y se dejaba de tanta bobería. Y                          
 le dijeron –en tono serio, profundo, profesoral y                      
     definitivo:
Chico
pero si es que tú no tienes nada
una idea nada más
y entusiasmo
y una gran imaginación
―que eso es bueno―
y constancia
y dedicación
y un maravilloso optimismo
pero tú no tienes nada
una lata
y una idea nada más
 Hicieron  lo peor que se le 
puede hacer a un tipo.                           Aplastarle la ilusión. 
Romperle en dos el entusiasmo.                           Plancharle la 
esperanza.
 Y el tipo que creía en el  Sol 
–del encabronamiento que                          cogió― rompió la  lata
 de un piñazo y se quedó pensando                          en el  
Quijote.
y entonces
súbitamente
de aquella latica chiquitica
lenta
lentamente
empezó a amanecer.
 
 
