Jaime Sabines - Cartas a Chepita Feb/29/48
Hace un momento te dejé: ya me haces falta, hace un momento apenas te dije adiós, y ya ha recorrido mi corazón la eternidad.
Ah -ahora sí estoy enfermo. Enfermo de ti. Enfermo de mí. Enfermo del mundo. Enfermo, desoladamente enfermo.
Penetro en mi soledad (una cama, tu retrato, mis libros, papeles y humo
de tabaco) y ya estoy con el miedo de caer a medio cuarto gritando y
riendo y llorando y golpeándome la cabeza contra los muebles para ver si
soy yo o es otro con mi nombre el que está aquí.
¿Has de creer, así, que tengo miedo de volverme loco?
¡Ay, y qué cansado estoy!
¿Por qué?... La noche aquella me decías tú: “¿por qué?”, ¿porque?, ¿porque? ...
Y la vida sigue siendo eso, un “¿por qué?” constante, pecaminoso, áspero.
Y todas las cosas son así porque así son. La vida tiene su secreto; este secreto se llama: “Porque sí”.
Yo creo, en verdad, que la mayor imprudencia que he cometido es no
haberme muerto al nacer. Porque eso de estar aquí y no aceptar las cosas
como son, es debilidad. Bien está que yo piense un mundo mejor; pero
antes debo tragarme -es la palabra-, antes debo tragarme, aunque sea por
el privilegiado placer del último acto digestivo, este mundo real y
verdadero en que disuelvo mi tristeza.
Masoquismo, újule, o neurosis; el caso es que debo escupir para arriba,
debo escupirme mi dolor y mi risa y mi concepción -a media sombra- del
mundo, y mi angustia y mi temor y mi confianza y todo. Debería yo
hacerme pura saliva para mancharme la cara, la pobre cara melancólica y
seria que espanta la vida de mis ojos.
¿Carta de enamorado? No. Dios me de escribirte cartas de enamorado.
Te escribo aquí mi ira, mi conflicto, mi dolor, que es la forma más sincera de decir “te quiero”.
No estoy ahora para pensar en astros, aunque piense en ti.
Qué tontas me parecen en este momento la luna, y las rosas y las
palabras tiernas, cuando estás tú aquí tan ausente, tan ausente, a media
hora de mis labios y tan lejos, a media hora de mi corazón y tan
distante.
¡Ah mi soledad, en que germina esta inmensa tristeza del mundo!
¡Qué pequeños parecemos tú y yo en medio de este silencio, absorto e indiferente!
Chepita, mi Chepita, amor mío tan mío:
En esta rechingada hora de insomnio y de vergüenza estás presente, te
necesito, te amo hasta quién sabe dónde, más, mucho más allá del amor y
de la vida, te amo hasta la muerte; de tal modo que en vez de decir “te
quiero” necesito decir: te muero, me muero en ti, me muero.
Me aniquilo en tu pensamiento, me destruyo en mi pensamiento de ti.
Acabo, no existo, no soy; soy en ti, en el amor, soy en mí, soy en la
muerte; me llamo principio, fin, causa, origen, destrucción,
acabamiento. Vida y muerte. Cielo, infierno -20,000 infiernos, sólo un
cielo-, Chepita, Jaime, etcétera, Jaime, Chepita, amor y fin. Y fin, y
fin, y todo y fin.
Y algo más. Pero quién sabe. Y algo más todavía.
Bueno. Siempre queda una cosa imposible, inefable. Piensa -yo pienso- en ella.
Tratemos de dormir ahora.
Hasta mañana, amor.
¿Hasta mañana?