Eduardo Galeano - El poder de los secuestradores
Aunque esta frase la cita Galeano en el libro "Las venas abiertas de América Latina", no es de él. |
Según el diccionario, secuestrar
significa «retener indebidamente a una persona para exigir dinero por
su rescate». El delito está duramente castigado por todos los códigos
penales; pero a nadie se le ocurriría mandar preso al gran capital
financiero, que tiene de rehenes a muchos países del mundo y, con alegre
impunidad, les va cobrando, día tras día, fabulosos rescates.
En los viejos tiempos, los marines
ocupaban las aduanas para cobrar las deudas de los países
centroamericanos y de las islas del mar Caribe. La ocupación
norteamericana de Haití duró diecinueve años, desde 1915 hasta 1934. Los
invasores no se fueron hasta que el Citibank cobró sus préstamos,
varias veces multiplicados por la usura. En su lugar, los marines
dejaron un ejército nacional fabricado para ejercer la dictadura y para
cumplir con la deuda externa. En la actualidad, en tiempos de
democracia, los tecnócratas internacionales resultan más eficaces que
las expediciones militares. El pueblo haitiano no ha elegido, ni con un
voto siquiera, al Fondo Monetario Internacional ni al Banco Mundial,
pero son ellos quienes deciden hacia dónde sale cada peso que entra en
las arcas públicas. Como en todos los países pobres, más poder que el
voto tiene el veto: el voto democrático propone y la dictadura
financiera dispone.
El Fondo Monetario se llama
Internacional, como el Banco se llama Mundial, pero estos hermanos
gemelos viven, cobran y deciden en Washington; y la numerosa tecnocracia
jamás escupe el plato donde come. Aunque Estados Unidos es, por lejos,
el país con más deudas del mundo, nadie le dicta desde afuera la orden
de poner bandera de remate a la Casa Blanca, y a ningún funcionario
internacional se le pasaría por la cabeza semejante insolencia. En
cambio, los países del sur del mundo, que entregan doscientos cincuenta
mil dólares por minuto en servidumbre de deuda, son países
cautivos, y los acreedores les descuartizan la soberanía, como
descuartizaban a sus deudores plebeyos, en la plaza pública, los
patricios romanos de otros tiempos imperiales. Por mucho que esos países
paguen, no hay manera de calmar la sed de la gran vasija agujereada que
es la deuda externa. Cuanto más pagan, más deben; y cuanto más deben,
más obligados están a obedecer la orden de desmantelar el estado,
hipotecar la independencia política y enajenar la economía nacional. Vivió pagando y murió debiendo, podrían decir las lápidas.
Santa Eduviges, patrona de los
endeudados, es la santa más solicitada de Brasil. En peregrinación
acuden a sus altares miles y miles de deudores desesperados, suplicando
que los acreedores no les lleven el televisor, el auto o la casa. A
veces, santa Eduviges hace el milagro. Pero, ¿cómo podría la santa
ayudar a los países donde los acreedores ya se han llevado al gobierno?
Esos países tienen la libertad de hacer lo que les mandan hacer unos
señores sin rostro, que viven muy lejos y que, a larga distancia,
practican la extorsión financiera. Ellos abren o cierran la bolsa, según
la sumisión demostrada ante el right economic track, el camino
económico correcto. La verdad única se impone con un fanatismo digno de
los monjes de la Inquisición, los comisarios del partido único o los
fundamentalistas del Islam: se dicta exactamente la misma política para
países tan diversos como Bolivia y Rusia, Mongolia y Nigeria, Corea del
Sur y México.
A fines del 97, el presidente del Fondo
Monetario Internacional, Michel Camdessus, declaró: «El estado no debe
dar órdenes a los bancos». Traducido, eso significa: «Son los bancos
quienes deben dar órdenes al estado». Y, a principios del 96, el
banquero alemán Hans Tietmeyer, presidente del Bundesbank, había
comprobado: «Los mercados financieros desempeñarán, cada vez más, el
papel de gendarmes. Los políticos deben comprender que, desde
ahora, están bajo el control de los mercados financieros». Alguna vez el
sociólogo brasileño Hebert de Souza, Betinho, propuso que los
presidentes se marcharan a disfrutar de cruceros turísticos. Los
gobiernos gobiernan cada vez menos, y cada vez se siente menos
representado por ellos el pueblo que los ha votado. Las encuestas
revelan la poca fe: creen en la democracia menos de la mitad de los
brasileños y poco más de la mitad de los chilenos, los mexicanos, los
paraguayos y los peruanos. En las elecciones legislativas del 97, Chile
registró la mayor cantidad de votos en blanco o nulos de toda su
historia. Y nunca habían sido tanto los jóvenes que no se tomaron el
trabajo de inscribirse en los padrones.