Eduardo Galeano - Don quijote de las paradojas
Los mejores relatos y frases de Eduardo Galeano. |
Nació en prisión esta aventura de la libertad. En la cárcel de Sevilla, "donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace habitación", fue engendrado Don Quijote de La Mancha. El papá estaba preso por deudas.
Exactamente tres siglos antes, Marco Polo había dictado su libro de
viajes en la cárcel de Génova, y sus compañeros de prisión habían
escuchado, y escuchándolo habían viajado.
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Cervantes se propuso escribir una parodia de las novelas de caballería.
Ya nadie, o casi nadie, las leía. Estaban pasadas de moda. La tomadura
de pelo fue un esfuerzo digno de mejor causa. Y sin embargo, esa inútil
aventura literaria resultó mucho más que su proyecto original, viajó más
lejos y más alto y se convirtió en la novela más popular de todos los
tiempos y de todas las lenguas.
Merece gratitud eterna el caballero de la triste figura. A don Quijote
los libros de caballería le habían quemado la cabeza, pero él, que se
perdió por leer, salva a quienes lo leemos. Nos salva de la solemnidad y
del aburrimiento.
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Famosos estereotipos: don Quijote y Sancho Panza, el caballero y su
escudero, la locura y la cordura, el soñador hidalgo con la cabeza en
las nubes y el labriego rústico de pata en tierra.
Es verdad que don Quijote se vuelve loco de remate cada vez que monta a
Rocinante, pero cuando desmonta suele decir frases que vienen del más
puro sentido común, y en ocasiones pareciera que se hace el loco sólo
por cumplir con el autor o el lector. Y Sancho Panza, el ramplón, el
bruto, sabe ejercer con ejemplar sutileza su gobierno de la ínsula de
Barataria.
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Tan frágil que parecía y fue el más duradero. Cada día cabalga con más
ganas, y no sólo por la manchega llanura. Tentado por los caminos del
mundo, el personaje se escapa del autor y en sus lectores se
transfigura. Y entonces hace lo que no hizo, y dice lo que no dijo.
Don Quijote jamás pronunció la más famosa de sus frases. "Ladran,
Sancho, señal que cabalgamos" no figura en la obra de Cervantes. ¿Qué
anónimo lector habrá sido el autor?
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Metido en su armadura de latón, montado en su rocín hambriento, don Quijote parece destinado a la derrota y al ridículo.
Este delirante se cree personaje de novela de caballería y cree que las
novelas de caballería son libros de historia. Sin embargo, no siempre
cae despatarrado en sus lances imposibles, y a veces hasta aplica
honrosas tundas a los enemigos que enfrenta o inventa. Y ridículo es,
qué duda cabe, pero entrañablemente ridículo. Cree el niño que una
escoba es un caballo, mientras el juego dura, y mientras dura la lectura
los lectores acompañamos y compartimos los andares estrafalarios de don
Quijote.
Reímos de él, sí, pero mucho más reímos con él.
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"No te tomes en serio nada que no te haga reír", me aconsejó alguna vez
un amigo brasileño. Y el lenguaje popular se toma en serio los delirios
de don Quijote y expresa la dimensión heroica que la gente ha otorgado a
este antihéroe. Hasta el Diccionario de la Real Academia Española lo
reconoce así. Quijotada es, según el diccionario, "la acción propia de
un quijote" y quijote es aquel que "antepone sus ideales a su
conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de
causas que considera justas, sin conseguirlo".
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Dos veces pidió Cervantes empleo en América, y dos veces fue rechazado.
Algunas versiones dicen que era dudosa su limpieza de sangre. Los
estatutos prohibían viajar a las colonias americanas a quien llevara en
sus venas glóbulos judíos, musulmanes o heréticos, que se trasmitían a
lo largo de no menos de siete generaciones. Quizá la sospecha de algún
abuelo o bisabuelo que fuera judío converso explica la respuesta oficial
a las solicitudes de Cervantes: "Busque por acá en qué se le haga
merced".
El no pudo venir a América. Pero su hijo, don Quijote, sí. Y en América le fue de lo más bien.
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En 1965, el Che Guevara escribió la última carta a sus padres.
Para decirles adiós, no citó a Marx. Escribió: "Otra vez siento bajo
mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al
brazo".
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En sus malandanzas, evocaba don Quijote la edad dorada, cuando todo era
común y no había tuyo ni mío. Después, decía, habían empezado los
abusos, y por eso había sido necesario que salieran al camino los
caballeros andantes, para defender a las doncellas, amparar a las viudas
y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos.
El poeta León Felipe creía que los ojos y la conciencia de don Quijote
"ven y organizan el mundo no es como es, sino como debiera ser. Cuando
don Quijote toma al ventero ladrón por un caballero cortés y
hospitalario, a las prostitutas descaradas por doncellas hermosísimas,
la venta por un albergue decoroso, el pan negro por pan candeal y el
silbo del capador por una música acogedora, dice que en el mundo no debe
haber ni hombres ladrones ni amor mercenario ni comida escasa ni
albergue oscuro ni música horrible".
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Unos años antes de que Cervantes inventara a su febril justiciero,
Tomás Moro había contado la utopía. En el libro de Tomás Moro, Utopía,
u-topía, significaba no-lugar. Pero quizás ese reino de la fantasía
encuentra lugar en los ojos que lo adivinan, y en ellos encarna. Bien
decía George Bernard Shaw que hay quienes observan la realidad tal cual
es y se preguntan por qué, y hay quienes imaginan la realidad como jamás
ha sido y se preguntan por qué no.
Está visto, y los ciegos lo ven, que cada persona contiene otras
personas posibles, y cada mundo contiene su contramundo. Esa promesa
escondida, el mundo que necesitamos, no es menos real que el mundo que
conocemos y padecemos.
Bien lo saben, bien lo viven, los aporreados que todavía cometen la
locura de volver al camino, una vez y otra y otra, porque siguen
creyendo que el camino es un desafío que espera, y porque siguen
creyendo que desfacer agravios y enderezar entuertos es un disparate que
vale la pena.
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Ayuda lo imposible a que lo posible se abra paso. Por decirlo en
términos de la farmacia de don Quijote: tan mágico es este bálsamo de
Fierabrás, que a veces nos salva de la maldición del fatalismo y de la
peste de la desesperanza.
¿No es ésta, al fin y al cabo, la gran paradoja del viaje humano en el
mundo? Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas
que lo guían.