Eduardo Galeano - Andares de Ganapán*


"Le dio la mano y él se la apretó y la retuvo, y ella sintió, por primera vez, una electricidad rara, y súbitamente descubrió que su cuerpo había vivido, hasta ese instante, mudo y sin música." Eduardo Galeano
Esta frase pertenece al libro
"Días y noches de amor y de guerra" de Eduardo Galeano.

 Ésta es una de las teorías mías, de cuando me pongo a pensar. Cada vez pienso más, porque ando sin laburo, ¿sabe? Pienso: y yo, ¿qué tengo? ¿Qué es lo mío? ¿Qué soy yo? ¿Carne bautizada, nomás? Me meto adentro mío y avanzo, avanzo, y van apareciendo personas que yo quería, y sigo avanzando y sigo y sigo pero me da miedo, porque yo sé que a la final de esos corredores de mi alma no hay nadie y que existimos por la pura casualidad de las cosas. ¿Qué habría pasado si mi papá y mi mamá no se juntaban una noche de carnaval? ¿Estaría yo, acá? Me habría muerto sin nacer, pongo por caso. ¿Y quién estaría en mi lugar? ¿Eh? Porque en el fondo, yo no sé quién soy ni de dónde soy. Hay alguien que lo sabe, pero no soy yo. Yo sé que esta vida que llevo no es la mía. Pero, ¿cuál es la mía? Eso lo ignoro, yo. Esta vida que llevo no tiene música. De tanto sentir pena, ya me están doliendo las costillas.

 Una de las maldiciones mías está en que no tengo nada. Todo lo que yo tuve se me fue. La mujer que yo más quise, la Pitanga, que con ella me sentía como un sabio atómico, se pudrió de comer huesos y se fue. A dos de mis hijos, ¿cuánto hace que no los veo? A la radio la empeñé, con Gardel adentro, y empeñé la boleta también. El ropero, me lo sacaron faltando un par de cuotas. El anillo de casado no lo perdí, porque nunca tuve. A la armónica, que para mí era como el cigarro o más, muy necesaria para empezar el día, la agarró la gurisita mía, la menor, la que es operada, y con un tenedor se puso a revolver adentro de los agujeritos y dejó todas las latas retorcidas. Vale como cinco mil pesos la armónica, caigasé de espaldas, María, por la cuestión ésta del dólar. Los zapatos que llevo puestos, usted los está viendo, Virgen Santa, lo cadáveres que están. La otra tarde entré en la iglesia con estos zapatos en una mano, y el cura: “No se puede entrar descalzo en la iglesia”, me dijo. “Si me los pongo es mentira”, le dije. “Yo vengo a pedirle ayuda a Dios”, le dije, “y como usted es el delegado de Él, en una de esas Él le da la orden de regalarme un par de zapatos nuevos”. “¿Cuánto hace que no se confiesa, buen hombre?”, va y me pregunta. “¿Cuánto hace que no comulga?” Y yo voy y le contesto: “Veinticinco años”. Me dio azúcar. Yo precisaba zapatos y me dio azúcar...


*Frgamento del capítulo 28.

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