El requerimiento - Eduardo Galeano
Han navegado mucha mar y tiempo y están hartos de calores, selvas y
mosquitos. Cumplen, sin embargo, las instrucciones del rey: no se puede
atacar a los indígenas sin requerir, antes, su sometiemiento. San
Agustín autoriza la guerra contra los que abusan de su libertad, porque
en su libertad peligrarían no siendo domados; pero bien dice san
Isidoro que ninguna guerra es justa sin previa declaración.
Antes de lanzarse sobre el oro, los granos de oro quizás grandes como
huevos, el abogado Martín Fernández de Enciso lee con puntos y comas
el ultimátum que el intérprete, a los tropezones, demorándose en la
entrega, va traduciendo.
Enciso habla en nombre del rey don Fernando y de la reina doña
Juana, su hija, domadores de las gentes bárbaras. Hace saber a los
indios del Sinú que Dios ha venido al mundo y ha dejado en su lugar a
san Pedro, que san Pedro tiene por sucesor al Santo Padre y que el Santo
Padre, Señor del Universo, ha hecho merced al rey de Castilla de toda
la tierra de las Indias y de esta península.
Los soldados se asan en las armaduras. Enciso, letra menuda y sílaba lenta, requiere a los indios que dejen estas tierras , pues no les pertenecen, y que si quieren quedarse a vivir aquí, paguen a Sus Altezas tributo en oro en señal de obediencia. El intérprete hace lo que puede.
Los dos caciques escuchan, sentados, sin parpadear, al raro personaje que les anuncia que en caso de negativa o demora les hará la guerra, los convertirá en esclavos y también a sus mujeres y a sus hijos y como tales los venderá y dispondrá de ellos, y que las muertes y los daños de esa justa guerra no serán culpa de los españoles.
Contestan los caciques, sin mirar a Enciso, que muy generoso con lo ajeno había sido el Santo Padre, que borracho debía estar cuando dispuso de lo que no era suyo, y que el rey de Castilla es un atrevido, porque viene a amenazar a quien no conoce.
Entonces, corre la sangre.
En lo sucesivo, el largo discurso se leerá en plena noche, sin intérprete y a media legua de las aldeas que serán asaltadas por sorpresa. Los indígenas, dormidos, no escucharán las palabras que los declaran culpables de los crímenes cometidos contra ellos.