Hombre que bebe solo - Eduardo Galeano
Los mejores relatos y frases de Eduardo Galeano. |
Los centinelas vigilan, los
revolucionarios conspiran, las calles están vacías. La ciudad se ha
dormido al ritmo monocorde de la lluvia; las aguas de la bahía, viscosas
de petróleo, lamen, lentas, los muelles. Un marinero tropieza, discute
con un farol, erra el golpe. Al pie del cerro, arde como siempre la
llama de la refinería. El marinero cae de bruces sobre un charco. Ésta
es la hora de los náufragos de la ciudad y de los amantes que se tienen
ganas.
La lluvia arrecia. Llueve desde lejos; la lluvia se abate contra las
ventanas del café del griego y hace vibrar los vidrios. La única
lámpara, amarilla, luz enferma, oscila desde el techo. En la mesa del
rincón, no hay ninguna muchacha tomándose un cortado ni fabricando un
barquito con el papel del azúcar para que el barquito navegue en el vaso
de agua y naufrague. Hay un hombre que mira llover, en la mesa del
rincón, y ninguna otra boca fuma de su cigarrillo. El hombre escucha
voces que caen desde lejos y dicen que juntos somos poderosos como dioses, y dicen; así que no valía la pena, todo ese dolor inútil, esta basura. El hombre las escucha, esta mentira, estatua de hielo,
como si no llegaran desde lo hondo de la memoria de nadie y fueran
capaces de sobrevivirlo y quedarse flotando en el aire, en el aire que
huele a perro mojado, diciendo: me gusta gustarte, hermosa mía, mi
lindísima, cuerpo que yo completo, me rozás con las puntas de los dedos y
me sale humo, nunca me pasó, nunca me pasará, y diciendo: ojalá te
enfermes, que todo te salga mal, que no puedas seguir viviendo. Y también: gracias, es una suerte que existas, hayas nacido, estés viva, y también: maldigo el día en que te conocí.
Como ocurre siempre que las voces llegan, el hombre siente una
acosadora necesidad de fumar. Cada cigarrillo enciende el siguiente
mientras las voces van cayendo, trepidantes, y si no fuera por el vidrio
de la ventana es seguro que la lluvia le lastimaría la cara.