Olvídate de mí, tristeza - Otto René Castillo
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Ahora
tienes que irte
de mi corazón,
tristeza
ya no me gustas.
Ella,
¿te acuerdas todavía?,
trajo en su mano
tu mirada de ceniza.
Ahora se ha marchado,
tristeza,
con nuestra tarde
en su alma.
Si ya no están sus ojos,
fíjate.
Si hace falta su voz.
Si sus dedos de luna
ya no maduran
su ternura en mi piel.
¿Para qué vas a quedarte?
Con ella se fue también
tu dulzura,
suave y tranquila.
Sabes
es muy amargo despertar
para ver todo el tiempo tu rostro,
tu gesto gris, empeñado en ser amable
conmigo, en ser amable, muy amable.
Pero ella no está más
para mi pecho,
y el día ya no tiene el camino
que llegaba siempre
a sus morenos
territorios.
Es muy áspera la tarde
en la que nadie los espera.
Romper la costumbre
de tus labios
me ha costado mucha edad,
por eso
es inútil que te quedes,
tristeza
Hombres como yo,
no pueden llorar
o estar
todo el tiempo contigo.
Afuera,
arde la historia,
el aire,
las naciones.
Pasan los pueblos
con el alba en las manos.
Surge, desde el martirio,
un viento de ojos claros.
Un nuevo canto de dignidad
baja del hombre a las estrellas.
Y como en una hoguera,
el odio
se consume sin descanso.
Hay voces que se escuchan
en donde antes todo era silencio.
Sobre los hombros del pueblo
la noche se resquebraja,
y la mañana
despunta en el asombro de todos.
Afuera, cada suceso cotidiano
tiene la digital del tiempo.
Y mientras tanto, tristeza,
yo no puedo llorar
toda la vida
su partida, ni quedarme contigo.
Ha llegado tu hora,
tristeza,
y tienes que irte
de mi corazón.
Algún día
nos veremos
de nuevo.
Tal vez
cuando ella
vuelva,
y ya nada me importe
su naufrago retorno.
Adios,
Tristeza,
olvídate de mí.