Los mitos, los ritos y los hitos* - Eduardo Galeano
Este relato pertenece al libro "El libro de los abrazos" de Eduardo Galeano. |
Desde los tiempos de la conquista y de
la esclavitud, a los indios y a los negros les han robado los brazos y
las tierras, la fuerza de trabajo y la riqueza; y también la palabra y
la memoria. En el río de la Plata, quilombo significa burdel, caos,
desorden, relajo, pero esta voz africana, de la lengua bantú, quiere
decir, en verdad, campo de iniciación. En Brasil, quilombos fueron los
espacios de libertad que fundaron, selva adentro, los esclavos
fugitivos. Algunos de esos santuarios duraron mucho tiempo. Un siglo
entero vivió el reino libre de Palmares, en el interior de Alagoas, que
resistió más de treinta expediciones militares de los ejércitos de
Holanda y Portugal. La historia real de la conquista y la colonización
de las Américas es una historia de la dignidad incesante. No hubo día
sin rebelión, en todos los años de aquellos siglos; pero la historia
oficial ha ninguneado casi todos esos alzamientos, con el desprecio que
merecen los actos de mala conducta de la mano de obra. Al fin y al cabo,
cuando los negros y los indios se negaban a aceptar como destino la
esclavitud o el trabajo forzado, estaban cometiendo delitos de
subversión contra la organización del universo. Entre la ameba y Dios,
el orden universal se funda en una larga cadena de subordinaciones
sucesivas. Como los planetas giran alrededor del sol, han de girar los
siervos alrededor de los señores. La desigualdad social y la
discriminación racial integran la armonía del cosmos, desde los tiempos
coloniales. Y así sigue siendo, y no sólo en las Américas. En 1995,
Pietro Ingrao lo comprobaba en Italia: «Tengo una mucama filipina en
casa. Qué extraño: resulta difícil imaginar a una familia filipina que
tenga en su casa una mucama blanca».
Nunca han faltado pensadores capaces de elevar a categoría científica
los prejuicios de la clase dominante, pero el siglo XIX fue pródigo en
Europa. El filósofo Auguste Compte, uno de los fundadores de la
sociología moderna, creía en la superioridad de la raza blanca y en la
perpetua infancia de la mujer. Como casi todos sus colegas, Compte no
tenía dudas sobre este principio esencial: blancos son los hombres aptos
para ejercer el mando sobre los condenados a las posiciones sociales
subalternas.
Cesare Lombroso convirtió al racismo en tema policial. Este profesor
italiano, que era judío, comprobó la peligrosidad de los salvajes
primitivos mediante un método muy semejante al que Hitler utilizó, medio
siglo después, para justificar el antisemitismo. Según Lambroso, los
delincuentes nacían delincuentes, y los rasgos de animalidad que los
delataban eran los mismos rasgos de los negros africanos y de los indios
americanos heredados de la raza mongoloide. Los homicidas tenían
pómulos anchos, pelo crespo y oscuro, poca barba, grandes colmillos; los
ladrones tenían nariz aplastada; los violadores, labios y párpados
hinchados. Como los salvajes, los criminales no se sonrojaban, lo que
les permitía mentir descaradamente. Las mujeres sí se sonrojaban, aunque
Lombroso había descubierto que hasta las mujeres consideradas normales,
albergan rasgos criminaloides. También los revolucionarios: «Nunca he
visto un anarquista que tenga la cara simétrica».
Herbert Spencer fundaba en el imperio de la razón, las desigualdades
que hoy por hoy son ley de mercado. Aunque ha pasado más de un siglo,
suenan como de ahora, muy de nuestros neoliberales tiempos, algunas de
sus certezas. Según Spencer, el estado debía ponerse entre paréntesis,
para no interferir en los procesos de Selección natural que dan el poder
a los hombres más fuertes y mejor dotados. La protección social no
hacía más que multiplicar el enjambre de los vagos, y la escuela pública
procreaba descontentos. El estado debía limitarse a instruir a las
razas inferiores en los oficios manuales, y a mantenerlas lejos del
alcohol.
*Fragmento del capítulo "Curso básico de racismo y de machismo"