Sonata inocente - Gabriel García Márquez
"...Al
fin José Arcadio Buendía logró mover por equivocación un dispositivo atascado, y la música salió primero a borbotones, y luego en un manantial de notas enrevesadas." Cien años de soledad - Gabriel García Márquez. |
Muchos lectores me preguntan sobre la relación de mis libros con la música. Yo mismo, más en serio que en broma, he dicho que Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y que El amor en los tiempos del cólera
es un bolero de 380. En algunas entrevistas de prensa he confesado que
no puedo escribir con música porque le pongo más atención a lo que oigo
que a lo que escribo. La verdad es que creo haber oído más música que
libros he leído, y pienso que no me queda mucho por escuchar desde Juan
Sebastián hasta Leandro Díaz.
La mayor sorpresa me la llevé en Barcelona cuando dos jóvenes músicos me visitaron después de leer El otoño del patriarca,
cuya estructura les parecía inspirada en la muy compleja del Concierto
para piano número 3 de Béla Bartók. Llevaron gráficos demostrativos que a
ellos les parecían terminantes. No los entendí, por supuesto, pero me
sorprendió la coincidencia, de que en los casi cuatro años en que
escribí el libro estaba muy interesado en aquellos conciertos, y sobre
todo en el tercero, que sigue siendo mi favorito.
Quiero decir con todo esto que no me sorprende ahora si un músico de
méritos grandes cree encontrar elementos de composición musical en El coronel no tiene quien le escriba,
que es el más simple de mis libros. Es cierto que lo escribí en un
hotel de pobres de París, en condiciones espartanas, mientras esperaba
una carta con un cheque que nunca llegó. Mi único consuelo era la música
de un radio prestado. Pero ignoro por completo las leyes de la
composición música, y mal podría escribir un cuento con una estructura
diatónica deliberada.
Creo, eso sí, que un relato literario es un instrumento hipnótico, como
lo es la música, y que cualquier tropiezo del ritmo puede malograr el
hechizo. De esto me cuido hasta el punto de que no mando un texto a la
imprenta mientras no lo lea en voz alta para estar seguro de su fluidez.
Las comas son esenciales, porque imponen un ritmo a la respiración del
lector y manejan sus estados de ánimo. Es lo que llamamos las comas
respiratorias que pueden permitirse inclusive trastornar la gramática a
cambio de preservar el acto hipnótico de la lectura.
Si esto es lo que quiere saber mi admirado Germán Borda le contesto que sí: no sólo El coronel
sino hasta el menos significante de mis párrafos está sometido a ese
rigor armónico. Sólo que a los escritores intuitivos no nos conviene
explorar demasiado estos misterios técnicos, pues en este oficio de
ciegos no hay nada más peligroso que perder la inocencia.